domingo, 19 de abril de 2009

La rueda del Tiempo




Es la pregunta universal, la certeza universal del Hombre, y debería acá decir del Hombre y la Mujer, de la Humanidad entera.
Que me dice ese monje solitario, dejado ya por la multitud de un frustrado viaje iniciático? Que me dice en ese idioma que no puedo comprender racionalmente, en ese código no hallable desde mi hemisferio izquierdo?
Es ese contacto con lo humano, lo humano divino, lo humano terrestre que Herzog nos canta rotundamente hacia el final de este viaje. Es el plano fijo en el monte Kailash, es esa oportunidad de sentirnos también parte de lo sagrado, de ese mundo metafísico común a la humanidad aunque no estemos ahí caminando en el frío descarnado del Thibet. Es mostrar lo abismal del Otro, y en ese mismo trayecto, dislocado de toda razón desde un cómodo sillón made in Cordoba, sentir al menos una milésima parte de la fe, de la comunión con ese cielo, esa montaña, el Universo todo. Es ese puente que me acerca a fisonomías, a vidas, a una ritualidad a miles de kilómetros de distancia y sin embargo cercana desde lo no medible, como un hilo que enlaza a la humanidad entera desde su plexo.
Veo esas caras y estoy en Amaicha, camino por alguna calle de La Paz, me sonrie un niño en Ollantaytambo. Mismas pieles, mismos colores. Ahora estoy en Chiapas, en la comunidad de Las Margaritas, esa misma mirada. Vuelvo al Thibet, y estoy en la Chaya riojana, en la chaya serrana de San Antonio de Arredondo.
Estoy en India, Salta, Thibet, Ecuador, Cordoba; lo mismo, estoy en el Hombre, en la Mujer, en la Humanidad toda, en los colores todos, en la Tierra buscando el Cielo, en el centro mismo del Universo.












Fragmento del documental de Werner Herzog "La Rueda del Tiempo"